jueves, agosto 25, 2005

EL MEJOR ESTADIO DEL MUNDO


Las historias del barrio y los recuerdos de la niñez son cosas que permanecerán por siempre dentro de uno, porque de chicos en el barrio crecimos, aprendimos y vivimos momentos inolvidables. A todos mis amigos de mi “Virreyes”con los que compartimos grandes pequeñas aventuras va dedicada esta nota.

Al lado de mi casa siempre hubo un terreno baldío. Los dueños eran los de la casa de la esquina de enfrente, durante varios años allí no hubo más que pasto y un alambrado.
En el año 1997, cuando tenía doce años, con mi grupo de amigos del barrio y con el consentimiento del dueño, el coreano Ko Kei (nunca supe si era coreano o descendiente de coreanos, porque hablaba el español a la perfección), hicimos una canchita de fútbol, nuestro potrero.
Recuerdo que al principio sacamos las piedras que había en el lugar, luego con la ayuda de algunos “grandes” hicimos los arcos que primero fueron dos palos de madera verticales y más tarde se añadieron los horizontales. A esa altura ya jugábamos seguido, pero, igualmente, la canchita siguió teniendo progresos: primero en un pequeño acoplado abandonado que había en el fondo del terreno hicimos los “vestuarios” y luego con brea agregamos las líneas de la cancha, en realidad delineamos las áreas, el mediocampo y las líneas de fondo, pues los límites laterales eran naturales: a la izquierda el alambrado que cruzaba la esquina y separaba el campito de la vereda, y a la derecha, la pared de mi casa.
Todos los días, a la tardecita, a eso de las 15, nos juntábamos todos los chicos del barrio a jugar un “picadito”, que terminaba cuando oscurecía. Ese terreno, fue testigo de verdaderos duelos barriales, ahí hacíamos de locales, hasta llegamos a entrenar, copiando tácticas, estrategias y jugadas preparadas que vimos en una revista de fútbol. No es por vanidad, pero allí éramos invencibles, ganábamos siempre, aunque jugáramos mal, aunque el otro equipo fuese superior, la victoria siempre era nuestra.
Más tarde nos identificamos con una camiseta lisa blanca, algunos le habían puesto números, otros no. Hasta tuvimos dos mascotas, unos perritos que nos dieron y que tuvieron como hogar “los vestuarios”, uno, del que no recuerdo el nombre, murió a los pocos años, el otro “El Negro” vive con uno de los chicos de esa banda.
Los duelos en ese potrerito eran cada vez más interesantes, a veces venían a vernos jugar algunas personas del barrio, y nosotros nos sentíamos unos verdaderos profesionales. Debo reconocer, también, que éramos muy celosos de nuestro campito, ya que no permitíamos que nadie “de afuera” o desconocido lo usase, realmente lo cuidábamos mucho.
Ese potrero, ese campo que nos vio jugar y crecer con la inocencia y la ilusión que solo los niños poseen, solo nos duró poco más de un año, porque luego fue vendido, y no lo pudimos usar más.
El tiempo pasó, el campito cambió y nosotros también… pero como olvidar aquellos años de felicidad inigualable en la esquina de Quintana y Besares, corriendo como locos detrás de la pelota, soñando con que estábamos en un gran estadio, es que para nosotros ese era el mejor de todos los estadios, el más grande del mundo, porque era fruto de nuestras ilusiones, fantasías, sueños, trabajo en grupo y sobre todo de nuestra amistad.
Hoy, “el campito”está ahí, ahora es un estacionamiento, ya no está más el alambrado, ahora hay una pared de ladrillos y adelante hay una muy pequeña casita, donde se aloja Don Aníbal, un brasileño, que allí vive y cuida el lugar, y que ya tendrán oportunidad de conocerlo…