martes, noviembre 01, 2005

EL PUEBLO DE ELISA...

Hoy no habrá nota ni informe, les dejo un cuento para que lean y reflexionen, espero que les guste

En un pequeño pueblo, ubicado en algún lugar remoto del país, en el medio del monte, Elisa vivía junto a su familia. Eran felices, su mamá Alicia, se quedaba siempre en la casa, mientras los chicos por la mañana iban a la escuela. Elisa, que era la más grande tenía 11 años e iba a quinto grado, sus hermanitos, Camila de 9 años y Ramón de 7 años iban con ella a la escuela y compartían el curso porque en esa escuelita iban cerca de 60 chicos y había solo dos salones y dos maestras para todos. El más pequeñito, Fabián, se quedaba en casa con la mamá, pues en la escuelita no había jardín. El padre Jacinto, trabajaba desde la salida hasta la puesta del sol en una plantación de tabaco como peón en la chacra de un colono que quedaba cerca de su casa, el trabajo no era saludable, pero con lo que ganaba le alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de su familia.
Como todas las mañanas de invierno, después de desayunar mates y pan casero, Jacinto salía a eso de las 5 en su caballo a su trabajo, Alicia que se despertaba junto a el, levantaba media hora más tarde a los chicos y empezaba a realizar las tareas del hogar, y a ordenar el pequeño rancho de madera.
Los niños salían de casa, después de tomar leche con pan casero preparado por su mamá a las 6, tenían que caminar juntos 4 kilómetros para entrar a las 7 a la escuela. El camino era el de siempre, debían pasar por entre medio del bosque, bordeando el arroyo. A los dos kilómetros se encontraban con Maicon y Eduardo los hijos de los Juárez, que eran sus vecinos más próximos. Cuando hacían casi un kilómetro más llegaban a un lugar que estaba más poblado y ahí, doblaban por el camino de tierra que los llevaba a la escuela.
Al atardecer volvían a su casa, su mamá los esperaba con la merienda lista y apenas terminaban de merendar se ponían a hacer la tarea de la escuela. En ese lugar, a todos o a la mayoría de los niños les gustaba ir a la escuela, porque no solo que aprendían con su querida maestra, sino que se encontraban con los demás chicos del paraje.
Cuando caía el sol el padre llegaba a su hogar, y cada uno tenía una tarea establecida para antes de la cena. El padre se iba con Ramón a buscar los choclos de la pequeña plantación que tenían en el fondo. Elisa debía alimentar a los pollitos que tenían en un improvisado corral al lado del rancho y Camila tenía que ayudar a su mamá a preparar la comida. Mientras Fabián jugaba, pero sin molestar a los demás. Cuando cada uno terminaba sus tareas, se ponían a jugar, improvisaban juegos con lo que había. A las 20 era hora de la cena y a diferencia de la ciudad, como allí no había televisor, se ponían a conversar de lo que hicieron. Los chicos contentos hablaban de oraciones, cuentas y juegos. Jacinto contaba lo agotador de su trabajo y Alicia escuchaba a todos y preguntaba, era quién llevaba el hilo y el ritmo de la conversación. Después de cenar, Jacinto se iba a acostar, los chicos también, a excepción de Elisa que ayudaba a su mamá a limpiar y a lavar los platos y luego ambas se iban a dormir.
La casa de esta familia, era pequeña pero acogedora. Era de madera, tenía dos habitaciones y el comedor, donde había una heladera y una cocina a leña, además de una palangana con agua. El baño estaba afuera, atrás de la casa, era una letrina, cerca del baño estaba el pozo de donde sacaban el agua. A la derecha estaba el corral con los pollitos y unos metros después estaba la plantación de maíz, además plantaban diferentes hortalizas. A la izquierda, a unos ocho metros del rancho, había un pastizal, donde había un poste en el que ataban al caballo que se llamaba “Palomo”.
Todos tenían sus ocupaciones, pero también todos tenían tiempo para descansar, para disfrutar, para conversar. No había que preocuparse por la seguridad porque no había ladrones, porque todos se conocían y se ayudaban entre todos. Así como la familia de Elisa, había más familias por ese lugar. A diferencia de lo que pasaba en la ciudad, los vecinos (por así llamarlos pues, entre cada rancho había por lo menos un kilómetro de distancia) se conocían todos, pensar que en la ciudad hay familias que no saben quién vive al lado o enfrente o en la esquina de su casa o a un par de metros.
En ese pueblo no había coches, ni remises, pero tampoco había congestionamientos ni embotellamientos y a pie o a caballo nadie llegaba tarde a ningún lado.
En ese pueblo no había teléfonos, mucho menos celulares y por supuesto no conocían el “chat”, pero sin eso estaban mucho más comunicados, ya que dialogaban entre ellos y se escuchaban mutuamente, se prestaban atención. Generalmente los vecinos se veían los domingos, el día de descanso, comían asado o lechón juntos y pasaban las tardes jugando a las cartas, tomando mate y bailando folclore.
En ese pueblo, no había televisores, ni videojuegos, ni computadoras, sin embargo los chicos, se divertían mucho más corriendo, saltando la soga o hasta inventaban sus propios juegos dejando volar su imaginación.
En ese pueblo no había ni supermercados ni grandes restaurantes, sin embargo tampoco había hambre, porque todos tenían su espacio para plantar algo o para criar algún animal, y si a alguno le faltaba algo el vecino se lo daba.
Tal vez lo peor era el tema de la salud, ya que el hospital estaba lejos, sin embargo había pocas enfermedades, eran muy fuertes y no padecían de estrés, ni depresión ni ninguna de esas cosas, además casi no había accidentes.
La “tecnología” y la supuesta “civilización” no habían llegado a ese pueblo, estaban como apartados del mundo, el paraje ni siquiera figuraba en los mapas, pero su forma de vida, sus costumbres los llevaban indefectiblemente a valorar todo lo que los rodeaba, a aprender a manejarse en la vida y a disfrutar de cada instante de su existencia, algo que en las grandes ciudades donde abunda “la tecnología y la civilización” es desconocido. Cuán lejos estaremos los que vivimos en las ciudades de ellos. ¡Que atrasados estamos con respecto a ese pueblo!. ¿Cuándo aprenderemos a valorar lo que tenemos y a disfrutar de lo que nos toca vivir?, ¿Cuándo aprenderemos a comunicarnos?, ¿Cuándo aprenderemos a compartir con los demás?, ¿Cuándo aprenderemos a cuidar nuestra salud, a dar lo mejor en el trabajo y a valorar la educación?, ojalá que un día ese pueblo deje de estar apartado del mundo y que todos podamos ser como ellos, que ellos nos “conquisten” a nosotros. Pero… ¿estaremos en condiciones de aprender?, que difícil va a ser para la gente de la ciudad, desprenderse de la TV, de la Internet, de los celulares y empezar a comunicarnos de verdad. Que difícil va a ser poder vivir con la organización y el respeto con que viven en el pueblo de Elisa…
Pablo Piris

Dedicado a toda la gente que vive en pueblos como los de Elisa, especialmente a los de 25 de Mayo, en la Provincia de Misiones.

4 comentarios:

C. W. Karl dijo...

Pablito te felicito por lo bien editados que están tus blogs, al permitir que todos los internautas puedan conocer la diversidad cultural y humana que tenemos en nuestro país, en mi caso intento poner mi granito de arena con Imágenes Argentinas.

Saludos

Pablito dijo...

Gracias, y las felicitaciones son para vos porque vi tu blog y es excelente, tu granito de arena la verdad que contribuye mucho.
Saludos

Anónimo dijo...

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